A la altura del año 1874, la influyente crítica vienesa, capitaneada por Eduard Hanslick, ya había crucificado a ese hombrecillo de aspecto sencillo y modales rústicos que se había atrevido a dedicarle su Tercera Sinfonía a Richard Wagner. El éxito de su Cuarta Sinfonía «Romántica» en los escenarios de Viena supondría una pequeña victoria con aromas a ciudad medieval, canto de los pájaros, oración y trompas de caza.