Witold Lutosławski escribió su Música fúnebre en recuerdo de Béla Bartók, quien unos años antes empleó las últimas fuerzas que le dejó la leucemia para concluir su Concierto para piano n.º 3, un regalo para su esposa. Le quedaban 17 compases por orquestar cuando le llegó la muerte en Nueva York, exiliado del régimen filonazi de Horthy. En esa misma ciudad, pero más de cincuenta años antes, Dvořák se impregnaba de la música de los indígenas estadounidenses y de los espirituales negros para escribir su Sinfonía del Nuevo Mundo, mientras los linchamientos racistas se convertían en eventos organizados de afluencia masiva.